Siete y poco de la mañana,
se abren mis ojos y mis oídos
descifran rápidamente si ya está lloviendo o deberé esperar un tiempo a ver
cortinas de agua cayendo del cielo.
Trato de estirar mi cuerpo y
despertarlo con algo de ejercicio y una ducha fría
aunque no siempre lo consigo.
No pierdo más el tiempo y
recorro los escasos cinco minutos que me separan de la oficina de Yangon
con la compañía de una canción
cada día diferente en mis oídos.
Como siempre soy el primero en
llegar,
me gusta aprovechar mi primera
hora sin nadie en la oficina
cuando todo está tranquilo y sin
ruido.
Luego llega el ajetreo, la
entrada y salida continua de personas,
las conversaciones de gente
interna y externa a la organización
en el mismo lugar donde otros
tratamos de aprovechar el tiempo que se come el espacio de nuestras vidas.
Una escasa media hora para comer
que se me hace larga
que no disfruto como debería,
y vuelta a la misma silla
aplanando el culo
machacando energías que tardarán
en recuperar la sonrisa.
Diseños y elección de materiales
y actividades a larga distancia
gestión de un proyecto que no
veo y de un staff que casi no conozco
gestión de una vida y de un
ambiente que se sale de lo corriente,
las luciérnagas parpadean y ni
aun así consigo ver el camino correcto.
Ando a ciegas
con el miedo de ostiarme en
cualquier momento
sin avisos
sin red
sin agarrarme a alguna pared.
Pero sigo…
tratando de intuir lo correcto
en este camino que, aunque debería, no está asfaltado.
Cuando siento que estoy cayendo
freno
respiro
y pienso el siguiente paso a
dar…
esto es un maratón y debo
guardar las fuerzas para llegar hasta el final.
aunque sí que aprender.
La sociedad que tengo detrás de
mi
continúa con sus juegos sin fin
y está tan locamente acelerada
que prefiero ignorarla.
Yo sigo intentando ser un hombre
mejor
girando a ciegas por este gran
mundo
lleno de gente que se pasea sin
rumbo
y que no siempre dejan ver el
sol.
*
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