Always the same stress when I arrive to Bhamo.
Bajo los escalones
del avión como un zombie tras tantos despegues y aterrizajes que se suceden en
el trayecto desde Yangon, que no sé como acierto a bajarme en el pueblo
correcto.
Cinco escalones y
una pared de calor húmedo frente a la abundante vegetación del aeropuerto y sus
alrededores.
Unos escasos pasos
andados entre árboles me llevan hasta la terminal, aunque más que a un
aeropuerto se asemeja a una de las
pequeñas estaciones de tren en las que apenas paras cuando recorres los pueblos
blancos de Andalucía. Con una sola sala donde se despachan billetes, se factura, se te identifica por tu
pasaporte si extrañamente eres extranjero, y esperas, tanto si vienes como si
vas. Todo está arrejuntado. Con amplias entradas sin puertas que permiten que
se ilumine el interior del recinto. Ahí me espera el conductor, con su pequeño
bigote y sus ojos sonrientes, junto a mi ayudante para recibirme.
Tras recoger mi
equipaje (una pequeña mochila que guarda mi ropa para 2 semanas), en una caseta
colocada al otro lado de la verja que rodea el aeropuerto, nos dirigimos
directamente a la oficina de SI en Bhamo.
Bicicletas y motos
se van cruzando con la pick-up. Y mientras yo me fumo un cigarrillo, observo de
nuevo, con una sonrisa creciente, las
pequeñas casas construidas con madera y bambú. Mi mente se despeja justo a
tiempo para encontrarme frente a frente con el staff que tanto trabaja para
llevar el proyecto a buen puerto. Uno a uno los saludo, les sonrío y pregunto
“ni kaun lar?”, “kaun ba rée” me responden entre tímidas miradas a los ojos.
Por supuesto, no están los 30 en la oficina, tan sólo unos cuantos, el resto
anda desperdigado por los distintos campos de desplazados en los que
trabajamos.
Los vigilantes son
los primeros a los que veo y los últimos de los cuales me despido cada día. (ya
con plena oscuridad al montar en mi bicicleta de vuelta al hotel). En la
puerta, al dejar mis chanclas, ya puedo intuir la cantidad de gente a la que me
encontraré por la cantidad de sandalias colocadas sin orden aparente.
La oficina de
logística suele tener un par de muestras de material para chequear la calidad
antes de seguir con los procesos de compra. Lo hago. Se acerca el administrador
y financiero. Me explica un par de cambios. Me pide que firme unos papeles y
una reunión para actualizar el pronóstico de gastos. Los supervisores de los
distintos equipos, uno a uno o todos a la vez, vienen a informarme de las
actividades que se llevan en terreno y me preguntan por las nuevas que han de
dirigir. Los cito más adelante tras conversar un rato con la mochila todavía
sobre mi espalda. La suelto.
Traspaso la puerta
de mi pequeño despacho. Calor y una taza de café de sobre me esperan. Mientras
se enciende mi ordenador doy una vuelta a la oficina para saludar a algún
“agente” que se encuentre preparando cosas en la oficina, a la limpiadora y a
todo aquel que se me haya pasado en mi frenética entrada.
No llevo una hora
en Bhamo y a las mil cosas por hacer se han unido otras dos mil.
*
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