sábado, 25 de agosto de 2012

Volta a terras galegas

Ya se estaba alargando en el tiempo en demasía la visita a Galicia.
Terra donde aprendí a hablar, a montar en bicicleta y a nadar.
Terra que abandoné en la infancia, cuando apenas siete añitos completaban mi calendario.
Terra a la cual volví para conocer el olor de la soledad, aprender del amor, saborear la risas y desgracias que la noche te entrega y hacerme fuerte ante los golpes que una ingeniería te regala cada ciertos meses (aprendí a estudiar...).

Seis años sin ver sus playas y prados, sus ciudades, aldeas y pueblos y sobre todo a su gente que es la que realmente me anima a volver.

Primera parada Madrid.
¿Madrid?
Sí, Madrid, donde la canija Silvia me ofrece de reír, de beber estrellas, de hablar y hablar, de fumar, de comer y de volver a quedar antes de que pase tantos años entre encuentros.
¡Qué gran amiga tengo a pesar del tiempo, que parece no pasar!

La noche la paso con otro gallego.
Kabo me vuelve una vez más a acoger en su casa, sin faltar a los vinos que se van volviendo tradición. Esta vez los tomamos en uno de los sitios más cañís de Madrid, junto a Carol, donde comenzamos a cantar, para finalmente acabar tocando e improvisando blues en la casa, con guitarra, armónica y voz... por desgracia todo quedó grabado... por suerte nadie lo verá. ;-)

Y casi sin dormir el avión me planta en Santiago de Compostela.
Como no, amaneciendo.

Primeras delicatesen gallegas: empanadas, raxo y un buen pulpo regado con Alvariño.

Lugares escondidos en rincones antiguos que recorro con David y Paula.

Colegas "camineros" cuasi-abandonados por mi continuo fluir de un lugar a otro pero a los que jamás olvidé.

Me demuestran como el reloj de la amistad se puede parar y reanudar a su antojo, con esta visita le hemos vuelto a dar cuerda.

A Coruña sigue como siempre.
Excepto un par de graffitis bajo el puente de entrada, nada me sorprende.

Me siento un caminante  de sueños pasados... alegremente son pasados.

Mis pies pisan más firmes sobre los mismos adoquines.

La playa, extrañamente, se encuentra poco frecuentada a pesar del calor que masca la ciudad.



Recuerdos de mis servicios de camarero en "La Vitoria", cuando Kalamar y Maroto  aparecen dispuestos a reír y compartir unas cervezas (Estrella de Galicia por supuesto).


Reencuentro con la familia Calzada.
Tucho me recibe en su casa de Guísamo, como si siempre hubiese sido la mía, esperando las locuras y sonrisas de Chipón.
Su y Tino (qué gran pareja, qué grandes amigos podríamos llegar a ser) me llevan a pasear por Sada y me acompañan hasta Ferrol mientras nos contamos aventuras y sueños que deseamos cumplir. Me gustaría cuidar y cultivar su amistad a lo largo de los años.


Ferrol, esa ciudad marítima sin vistas al mar, cuadriculada y rockera, de piedra y humedad a partes iguales, va readmitiendo a sus hijos que abandonaron sus calles y que finalmente se encuentran como media España... en paro y de vuelta al redil.

Fran no deja de sorprenderme con sus cuidados y sus descuidos.
"¡Malvar tu cabeza no es normal!"

- Calles abarrotadas de cervezas y del gran Fernán con más Kontroooooo.

- Playas paradisiacas enclavadas entre verdes montes, vacías de humanidad y llenas de paz.

- Churrascada, botellón casero, amigos y no tantos, borracheras que observo en la distancia ancladas en las rocas.

Cojo el camino a la segunda etapa, la granada gallega espera mi llegada a la península de Morrazo.
Y galopo sobre las vías que surcan de norte a sur las tierras gallegas hasta llegar a Pontevedra, dejando atrás Padrón y la ría de Arousa, con ganas de abrazar a Toño. Tengo plena seguridad en nuestra amistad y en que estos días la fortalecerá.


Cabo Home, más que el final, parece el comienzo de la tierra, desde donde todo se creó. Todos los paisajes tratan de parecerse sin llegar a acercarse a sus bellísimas vistas.



El silencio escondido entre olas
roto por el deshacerse de las minas contra el papel
sonido seco
recordando a las plumas utilizadas en las primeras escrituras.
El silencio de la costa de Morrazo
con un suave viento del Norte
y un sol caliente,
aguas tranquilas,
frías, 
transparentes.
Naturalidad sobre blancas arenas
refugiadas entre bosques.
Curioseando las palabras gallegas
cantadas
con intensidad,
grabadas
en lo profundo de mi voz.


Donón, Cabo Home, Cangas, la playa de Barra... Toño y su familia (cómo olvidar los abrazos de Paco y la sonrisa trabajadora de María), con Zule y Pupe y conociendo a Martín, Sarita, Eva (y el pequeño Luca), Dicon y tantos más.
Jornada playera previa a una puesta de sol en la Costa da Vela.
Mañaneo solitario y ciclista visitando faros y disfrutando desniveles.

Tarde de escalada.
Noche de cena en familia, sintiéndome casi como uno más entre amigos.

El pueblo de Cangas que mira a los ojos desde el otro lado de la ría a Vigo, me sorprende con un comida espectacular en "Tía Brígida" en compañía de Toño y Martín. 

A ellos les propongo subir al Monte do Facho 
para bajar la comida, 
me obedecen fielmente 
sabiendo que cometemos un error.


Las vistas y el relax de este histórico lugar,
con sus caminos romanos
y ruinas celtas
merecen mucho la pena,
pero el cansancio hace mella
y bajamos a descansar una hora después.





Pupe y Sarita nos esperan para pasear por lo que Cangas fue años atrás.

Ahora sólo son fábricas abandonadas
puertos sin faena
casas llenas de tierra y toxos

Me encantó el paseo!!!!




Ahora que estoy lejos
recuerdo y recordaré sobretodo,
la terraza que a diario me ha acompañado, 
con una "1906" o con un café,
en una de las vistas más espectaculares que nunca veré.

Gracias Tote por servirlas y acompañarlas.









Gracias Toño!!! 
Ha sido espectacular!!!








El camino continúa...
¿próxima parada?


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