sábado, 19 de octubre de 2013

Aterrizo en Bhamo

Always the same stress when I arrive to Bhamo.

Bajo los escalones del avión como un zombie tras tantos despegues y aterrizajes que se suceden en el trayecto desde Yangon, que no sé como acierto a bajarme en el pueblo correcto.
Cinco escalones y una pared de calor húmedo frente a la abundante vegetación del aeropuerto y sus alrededores.
Unos escasos pasos andados entre árboles me llevan hasta la terminal, aunque más que a un aeropuerto se asemeja a una  de las pequeñas estaciones de tren en las que apenas paras cuando recorres los pueblos blancos de Andalucía. Con una sola sala donde se despachan  billetes, se factura, se te identifica por tu pasaporte si extrañamente eres extranjero, y esperas, tanto si vienes como si vas. Todo está arrejuntado. Con amplias entradas sin puertas que permiten que se ilumine el interior del recinto. Ahí me espera el conductor, con su pequeño bigote y sus ojos sonrientes, junto a mi ayudante para recibirme.
Tras recoger mi equipaje (una pequeña mochila que guarda mi ropa para 2 semanas), en una caseta colocada al otro lado de la verja que rodea el aeropuerto, nos dirigimos directamente a la oficina de SI en Bhamo.

Bicicletas y motos se van cruzando con la pick-up. Y mientras yo me fumo un cigarrillo, observo de nuevo, con una sonrisa creciente,  las pequeñas casas construidas con madera y bambú. Mi mente se despeja justo a tiempo para encontrarme frente a frente con el staff que tanto trabaja para llevar el proyecto a buen puerto. Uno a uno los saludo, les sonrío y pregunto “ni kaun lar?”, “kaun ba rée” me responden entre tímidas miradas a los ojos. Por supuesto, no están los 30 en la oficina, tan sólo unos cuantos, el resto anda desperdigado por los distintos campos de desplazados en los que trabajamos.

Los vigilantes son los primeros a los que veo y los últimos de los cuales me despido cada día. (ya con plena oscuridad al montar en mi bicicleta de vuelta al hotel). En la puerta, al dejar mis chanclas, ya puedo intuir la cantidad de gente a la que me encontraré por la cantidad de sandalias colocadas sin orden aparente.
La oficina de logística suele tener un par de muestras de material para chequear la calidad antes de seguir con los procesos de compra. Lo hago. Se acerca el administrador y financiero. Me explica un par de cambios. Me pide que firme unos papeles y una reunión para actualizar el pronóstico de gastos. Los supervisores de los distintos equipos, uno a uno o todos a la vez, vienen a informarme de las actividades que se llevan en terreno y me preguntan por las nuevas que han de dirigir. Los cito más adelante tras conversar un rato con la mochila todavía sobre mi espalda. La suelto.
Traspaso la puerta de mi pequeño despacho. Calor y una taza de café de sobre me esperan. Mientras se enciende mi ordenador doy una vuelta a la oficina para saludar a algún “agente” que se encuentre preparando cosas en la oficina, a la limpiadora y a todo aquel que se me haya pasado en mi frenética entrada.


No llevo una hora en Bhamo y a las mil cosas por hacer se han unido otras dos mil.


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