viernes, 22 de noviembre de 2013

Perdido en Myanmar II

Con el sol, aparecieron libélulas flotando alrededor de los miles de templos color tierra de Bagán. 

Visité alguno que otro con un ritmo más propio del que descansa que del que viaja.



Tras una merecida siesta en Winner Guest House, una bicicleta amarilla
y mi cabezonería me ayudaron 
a escalar las cimas, 
sumergirme en las plantaciones 
y camuflarme entre rebaños de vacas jorobadas 
en busca de una puesta de sol que tardó menos en llegar de lo esperado.  




Ni los pinchazos en la rueda ni la oscuridad fueron suficientes para que desesperara al perderme. 
No me quedé parado y llegué…
y cené y compartí y dormí
para despertar al día siguiente con prisas en la puerta 
pero con relax en la cama.
Una nueva visita esperaba...




Tercera parada: Mont Popa

Una china desesperada por la tranquilidad española, desde la salida hasta la vuelta.


Mientras tanto una parada donde me demoré con un toro para sacar el aceite de cacahuete, 
bebiendo a primera hora de la mañana un licor artesanal y probando delicatesen myanmarcianas.

Un viaje en coche alquilado por una pradera arbolada típica del centro de este país que desemboca  en la falda del gran volcán Popa. 



Allí se alza como si fuese un gran rascacielos en medio de la nada, una estilizada y alta colina de roca rodeada por más de 707 escalones y coronada por un templo.
Templo que guarda a los “nats”, 
espíritus de personas que murieron trágicamente. 
A los “nats ¨se les ofrece dinero 
y a los monos que en cantidades ingentes guardan el templo, se les dan cucuruchos de papel rellenos de frutos secos.

Subida calmada no se hace pesada.

Bajada y de vuelta, 
con previo paso por el “Mont Popa Resort” para un ligero avituallamiento,














a Bagán
y a sus templos 
para volar de nuevo con una aún más bonita puesta de sol.


Cuarta parada: Inle Lake 

Esta vez el viaje fue durante las horas solares, en un autobús y parando en todos los pequeños pueblos que se cruzaban por el camino. En ellos íbamos recogiendo a gente  que ocuparon hasta llenar hasta el pasillo central. Bello viaje desde la llanura hasta las montañas que rodean el gran lago, y de nuevo bajada hasta las azules y calmadas aguas de Inle.
En la cena una compañía española inesperada y más que bien recibida. Rodolfo lleva a cabo su oficio de fotógrafo y viajero en las vacaciones del trabajo que le ata a la sociedad. Un placer conocerlo y bienvenidas sus propuestas para conocer el lugar.



Por la mañana, ya bien entrada, calzamos nuevas bicicletas (de nuevo una amarilla para mí)
y se cruza para unirse en el camino Simeon, banquero suizo que deja plantado su trabajo para dar la vuelta al mundo durante un año. 








Vamos a unas aguas termales donde solo bebemos cerveza para luego tomar,
acompañados de una pareja de alemanes jubilados, un bote que nos ayuda a cruzar el lago de lado a lado.

Cuando emprendemos el camino de regreso cambia radicalmente el cielo, se vuelve gris y empieza a diluviar.
Durante 11 kilómetros que parecen cientos, Alicia, Simeon y yo rodamos bajo una cascada de agua mientras reímos y disfrutamos por instantes de las maravillosas vistas de Inle Lake lavado por las intensas lluvias asiáticas. Antes de llegar al pueblo, y cuando la tormenta cesaba, paramos a retomar fuerzas con una botella de vino de la tierra y una buena sopa.
Una de las más asombrosas cosas pasó en los últimos kilómetros que nos separaban del pueblo. Sin luz en un camino desconocido, un motorista redujo su velocidad, y sin decir una palabra se puso detrás nuestro a alumbrarnos hasta el último metro. Estas son las cosas myamarcianas, tan serviciales y honestas personas que te parece estar en otro planeta.

Sólo quedaba un día cuando desperté a las 4 y media de la madrugada en busca de un bote que me llevara a ver el amanecer en medio del lago. 

Pero no fue eso lo único.


Festival de colores, 
sabores, 
olores 
y canciones 
en un templo de cuento de hadas rodeado por aguas.

Artesanos de la plata, de la tela y del tabaco en sus talleres flotantes.


Calles venecianas en media de la jungla que llevan a fiestas de remos,  alcohol y colores.

Escaleras interminables 
rodeadas de miles de estupas.

Plegarias intensivas 
a los pies de Budas cubiertos de oro…

La vuelta bajo una fina lluvia se hace en silencio, tratando de grabar en la memoria cada uno de los momentos.




Sólo una última parada antes de coger el autobús a Yangon. 


No sé aun cómo, 
pero encuentro un monasterio de monjas budistas 
(avisado por Rodolfo) 
donde durante una hora más de 40 nuns  repiten, intentando aprender, palabras en español, inglés y alemán. 

Una sonrisa que no me cabe en la cara y toda mi energía en plena efervescencia contagian a las niñas de no más de 14 años. 

Momento completamente inolvidable.


Nuevo autobús nocturno que tras cerca de 12 horas me deja de vuelta en la realidad en la realidad de Yangón, del trabajo de oficina hasta que vuelva a Bhamo (donde ahora estoy) para dedicarme más de lleno al trabajo de campo.


¿y qué es lo que estamos haciendo aquí?

En el próximo post se verá.




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